Somos pura emoción

Las emociones son las que en mayor medida nos hacen actuar de una forma u otra

Las emociones guían nuestro día a día

Las emociones guían nuestro día a día. Tomamos decisiones basadas en si nos sentimos alegres, tristes, enfadados, aburridos, etc. También las que tomamos a lo largo de la vida están guiadas en su mayor parte por las emociones. Luego, eso sí, las justificamos racionalmente. Tendemos a pensar que somos seres racionales porque, en comparación con el resto de animales, somos bastante más lógicos y propensos al razonamiento, pero eso no significa que actuemos a partir de los principios de la lógica. Las emociones son las que en mayor medida nos hacen actuar de una forma u otra.

 

La intuición permite entender sin razonar, sin necesidad de evidencias o pruebas. “Sabemos” algo, aunque no sepamos ni siquiera cómo los sabemos.

 

Cuando creamos ideas o pensamientos, nuestro cerebro límbico, que es nuestra parte emocional, le envía información a la corteza cerebral. Por ejemplo, cuando conocemos a alguien, nuestro cerebro se hace una composición en cuestión de segundos de esa persona. Es un mecanismo inconsciente que nos permite tener juicios rápidos y actuar en consecuencia.

Sucede algo parecido con la intuición, ese sistema que utiliza nuestro cerebro para que no nos paralicemos en el día a día analizando cada decisión que tenemos que tomar. La intuición permite entender sin razonar, sin necesidad de evidencias o pruebas. “Sabemos” algo, aunque no sepamos ni siquiera cómo los sabemos.

 

Relación entre la razón y la emoción

Por supuesto que la razón es importante, pero no más que la emoción. Lo ideal es mantener un buen equilibrio entre ambas, o sea, utilizar todos los recursos que nuestro cerebro pone a nuestro alcance, que son muchos. Hasta hace poco se daba un papel preponderante a la razón, pero cada vez hay más evidencias de la importancia que tiene la parte inconsciente de nuestro cerebro. Hay estudios que defienden que el 20% de nuestra materia gris está dedicada a los pensamientos conscientes y el 80% a los inconscientes. O sea, algo parecido a un iceberg.

Sabemos también que las emociones tienen un rol fundamental en nuestra memoria y en nuestro aprendizaje. Los recuerdos asociados a una emoción, sobre todo si es intensa, se fijan mucho más en nuestra memoria. La neuro-educación habla precisamente de esto, de enseñar a nuestros pequeños con emoción, porque es la manera más segura de fijar el conocimiento. Como dice Francisco Mora, catedrático de Fisiología y autor de varios libros sobre el cerebro y la educación, “el cerebro sólo aprende si hay emoción”.

Y como no puede ser de otra manera, y como hablamos la semana pasada, las emociones están presentes también en el entorno laboral. Curiosamente durante mucho tiempo se ha pensado que en el trabajo las emociones no tenían cabida. Pero no es así. Las personas somos emocionales fuera y dentro del trabajo. Y por eso es importante trabajarlas individualmente y en grupo.

Y más hoy en día, que las circunstancias que estamos viviendo nos hacen estar en un estado emocional complejo, en el que tenemos una mezcla de emociones como el miedo, la incertidumbre, la inseguridad o incluso la angustia.

Pero es importante entender que no existen emociones buenas. Todas son necesarias y nos ayudan a crecer, a mejorar y a afrontar las diferentes situaciones de la vida. Son la forma que usamos los seres humanos para expresarnos y relacionamos con el mundo. Las positivas expresan una intención de incluir. Nos ayudan a interactuar más con otras personas o actividades. Se alimentan del deseo de disfrute o cohesión. En este grupo encontramos el entusiasmo, la empatía, la curiosidad o la risa. Las negativas expresan una intención de excluir. Nos ayudan a mantener alejado aquello o a aquellos que percibimos como una amenaza. Responden a la necesidad de controlar o parar lo que nos hace o nos puede hacer daño. Entre ellas están el resentimiento, la hostilidad, el enfado o la apatía. Nos defienden frente a aquello que no conocemos o que no podemos afrontar. Si nos llevan a aprender y a manejar esas circunstancias, se convierten en algo muy útil.

Emociones positivas y emociones negativas

Es tremendamente importante aceptar y gestionar tanto las positivas como las negativas, integrarlas todas ellas en un marco positivo de salud emocional. No sólo las emociones positivas son necesarias para ser felices, también las negativas, que nos protegen, nos enseñan lo que no está bien en nuestras vidas, nos hacen reaccionar ante el peligro y nos ayudan a subsistir. Por ejemplo, cuando sentimos culpa reconsideramos lo que hemos hecho en el pasado, que ha podido hacernos daño a nosotros o a otros.

De hecho, son las negativas las que en mayor medida nos hacen cambiar, nos motivan para mejorar. Cambiamos cuando creemos que algo está mal, que hay algo que no nos hace sentir bien. Por eso es tan importante entenderlas, aceptarlas y gestionarlas. Manejarlas correctamente nos ayuda a ser mejores y tener una vida más plena.

 

Hoy más que nunca tenemos que entender qué estamos sintiendo, para poder recuperarnos emocionalmente.

 

Entender qué estimulo las provoca, cómo lo interpretamos, cómo reaccionamos y por qué, etc. es importante para nuestra felicidad. Y enseñar a los niños a hacerlo es más importante aún. Hay que dejarles sentir frustración o tristeza para que sepan que es parte de la existencia y que aprender a gestionarlas les hace más fuertes. La sobreprotección de nuestros hijos, a la que tendemos los padres de hoy, les hace más débiles para el futuro. Los convertimos en seres más débiles y menos inteligentes, emocionalmente hablando. Y ya sabemos, desde que psicólogo estadounidense Howard Gardner definió la teoría de las Inteligencias Múltiples, que la vida humana requiere del desarrollo de varios tipos de inteligencia.

Y entender esas emociones y cómo nos afectan en el mundo laboral nos permite construir organizaciones más saludables emocionalmente hablando. Las emociones son también el recurso que tenemos para recuperarnos de los contratiempos y las que nos ayudan a afrontar las circunstancias de la vida con constancia, optimismo y confianza. Nos permiten además empatizar con nuestros iguales, ponernos en el lugar de otros, lo que nos lleva a tener lazos sociales y afectivos mucho más profundos.

Y hoy más que nunca tenemos que entender qué estamos sintiendo, para poder recuperarnos emocionalmente. Y medir esa calidad emocional nos puede ayudar a que esa recuperación emocional llegue antes a cualquier organización.

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